22 de febrero de 2012

Sueños de una Princesa






No he dormido en toda la noche esperando este momento, y creo que de lo que me tiemblan las piernas voy a romper los  zapatos con tacón de aguja. Seguro que no le hace ni pizca de gracia.

Al fin me dispongo a levantarme de la silla... Pues mi sesión de fotos ha acabado... al menos en casa. Llevo cuidado de no tropezarme con el vestido... Una cola de dos metros separa el final de mí. Un velo que me tapa la cara y se cuelga de mi peinado en alto con algunas tiras de pelo sueltas. Es incluso más largo que la cola, termina con ella. Todos llevan sonrisas pintadas en la cara, algunos lágrimas, y yo... Bueno... Seguro que unas ojeras increíbles. Pero todo el mundo me dice: Estás preciosa, que guapa, deslumbrante... Pero sólo quiero oírselo decir a él. Estoy deseando verlo.

Nos disponemos a salir de la casa, un coche blanco me espera en la puerta. Lleva adornos en las puertas y en el techo. Son flores, flores blancas.

Me subo, mi padrino conduce y mi padre está sentado a mi lado cogiéndome la mano y apretando. Su niña será de otro hombre... Debe ser una sensación extraña...

Hacemos un largo recorrido... y al fin llegamos a una plaza. Esta plaza está llena de rosas rojas, el suelo es de color blanco y una alfombra roja se pierde hacia la entrada de la catedral. Aparcamos justo en la alfombra, mi padre se baja y me abre la puerta. Bajo agarrada de su mano y mi vestido hace contraste con la alfombra, las rosas y mis labios, que van a juego con ellas.

Tiemblo y aprieto la mano de mi padre, me mira, me da un beso en la mejilla y me dice: Sonríe anda... Este será el día más especial de tu vida. Sin duda, le contesto.

No hay nadie fuera, se ve que todo el mundo a entrado para ver aparecer a la novia.

¿La novia? Dentro de unos instantes será la esposa...

Caminamos... La catedral es enorme. Se la ve gloriosa y radiante. La luz del sol hace que sus blancos hagan daño a la vista y entrecierro los ojos. Hay ángeles en la fachada y unos escalones muy largos. Sería como un palacio digno de cualquier princesa y me siento como tal.

Entramos bajo el arco principal, y al estar en su interior veo a muchísima gente. Todos familiares y amigos. Gente que hacía mucho tiempo que no veía, gente que veo todos los días... Gente que no está, pero están observando desde un lugar lejano...

El pasillo tiene arcos y arcos hacia el altar con jazmines entrelazados a ellos, y entre arco y arco hay rosas rojas por todas partes. Flaxes me deslumbran y me detengo un momento. Agudizo mi mirada y puedo ver más... En las paredes de la catedral hay enredaderas... Todas con jazmines y orquídeas. Es un paraíso blanco. Precioso.

Pero entonces veo lo que llevaba buscando desde dos noches antes.

Ahí está él mirándome, con su pelo rizado bien peinado pero tan mono y revuelto como siempre.
Es mi prometido, mi futuro esposo. Entonces se me hace una sonrisa en la cara, me da vergüenza e intento taparla, pero me es imposible. Soy feliz.

Seguimos caminando hasta llegar al altar, todos me elogian y me mandan besos al aire. Mi padre me mira, me coge las dos manos, me besa en la frente, me suelta y se queda a mi lado.

Cojo aire, respiro tranquilamente y suelto despacio. Me giro.

No me da tiempo a mirarle a la cara. Estoy con los ojos cerrados por el beso que me está dando. No se ha esperado a nadie, él simplemente me ha besado. De una forma apasionada y agarrandome por la cintura. Yo rodeo mi brazo en su cuello y acerco mi ramo de azucenas a su espalda y me entrego con pasión.

Todo el mundo comienza a aplaudir, él me dice al oído que estoy hermosa, tal como había soñado. Nos miramos, nos sonreímos y me sonrojo.

El Padre nos invita a sentarnos en unas butacas de terciopelo roja y la madre de mi prometido me coloca el velo y la cola bien puestos. Me mira, me da un beso en la mejilla, y se sienta.

Comienza la Misa. Nuestros familiares leen en el atril mientras nos miran.

Y llega el momento... Los anillos y las harras pide el Padre.

Amparo aparece con un vestidito rojo con hombreras pomposas y una tira blanca que le rodea la cintura y termina en un gran lazo a su espalda, y Daniel con un traje negro y una camisa blanca con una pajarita roja. Van de la mano y portan una cajita plateada con lazos blancos y rojos. Tan monos ellos, y se la dan al cura. Ambos nos besan en las mejillas, se van corriendo y se sientan.

Fer y yo nos levantamos, nos cogemos las manos, nos miramos a los ojos... El Padre le da el anillo a mi prometido y él comienza...

Al entregarte este anillo,
yo te doy testimonio de mi amor sincero,
prometo serte leal y fiel, amarte y apoyarte,
en la salud y en la enfermedad,
en la riqueza y en la pobreza,
todos los días de mi vida,
hasta que la muerte nos separe.

Me coloca el anillo en el dedo anular de la mano izquierda, se la acerca a sus labios y la besa. Tras eso me sonríe y dice: No he terminado aun...

Quizá para millones de personas, la lluvia cuando choca contra sus ventanas no es más que eso, un proceso por el cual el agua viaja desde ríos, lagos, mares, hacia el cielo para volver a caer. Cuando veo llover, y aún mas cuando es la lluvia la que choca contra mi, no significa solo eso... significa el recuerdo de nosotros como si no pasara nada frente a la humedad que nos envolvía. De la misma manera, la palabra frío, que transmite una sensación de temperatura baja, a mi me trae sensaciones contrarias; pues me inunda el recuerdo de tu piel cálida, calentando mi cuerpo. Y así, con un millón de cosas, no solo tienes un significado bajo la palabra "TÚ", sino, en mi mundo, todo lo compones tú.

Se arrodilla delante de mí.

¿Quieres casarte conmigo?

Rompo a llorar, no pudo evitar abrazarlo y besarle por toda la cara mientras digo "Sí quiero" miles de veces y le coloco mi anillo.  Acabamos en un beso largo y apasionado mientras la catedral se vuelva en aplausos, silbidos y gritos de alegría.

Yo os declaro marido y mujer. Y así Fer me coge en brazos alzando mis pies de una forma casi imposible por el vestido y me besa.

Todos comienzan a salir de la catedral, Fer y yo nos damos la mano y caminamos hacia la salida.

Nos llueve arroz, petalos de rosa y papelitos de colores con gritos de ¡Vivan los Novios!

Nos volvemos a besar bajo nuestra "lluvia", nos dan un par de copas con champagne, entrelazamos los brazos y bebemos. Tiramos las copas hacia atrás y todos aplauden.

Entre la multitud escuho en mi oído la voz proveniente de mi esposo: Ya sabes que nos esconderemos en medio de la celebración.

Y mi marido vuelve a sonreírme y me besa en los labios. Labios que serán suyos eternamente.

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